Últimamente, me siento como un funambulista intentando mantener el equilibrio en una cuerda floja. ¿Os ha pasado alguna vez? Por un lado, veo cómo ciertas publicaciones, a veces hasta auténticas «chorradas», se viralizan en LinkedIn, generando un impacto masivo. Y por otro, observo con una mezcla de frustración y desconcierto cómo el trabajo que realmente me apasiona, el que considero que aporta valor de verdad, pasa casi desapercibido.
Hace poco, una pequeña encuesta que creé para Spicy4tuna tuvo un éxito brutal en redes. ¡No me malinterpretéis, me alegro por ello! Pero… ¿es esto lo que realmente valoramos? ¿Dónde queda el esfuerzo, la reflexión, la profundidad? ¿Acaso estamos condenados a vivir en la era de la gratificación instantánea?
Y no solo lo veo en redes sociales. En mis formaciones, la historia se repite. El profesorado busca «varitas mágicas», soluciones exprés que funcionen «al menos un 30% de las veces». Quieren recetas prefabricadas, atajos para sortear la complejidad del aprendizaje. ¿Nadie se pregunta qué pasa con el 70% restante? ¿De verdad creemos que el desarrollo personal y profesional se reduce a un simple algoritmo?
El espejismo de la viralidad: ¿Pan para hoy, hambre para mañana?
¿Qué nos atrae tanto de lo viral? ¿La novedad? ¿El entretenimiento? ¿La gratificación instantánea? Entiendo el atractivo, lo reconozco. Pero… ¿y el precio? ¿Estamos sacrificando la profundidad por la inmediatez? ¿La calidad por la cantidad? ¿Acaso nos hemos convertido en adictos a los «likes» y los «retuits»?
Me pregunto si somos conscientes de que, en esta búsqueda frenética de la viralidad, estamos construyendo castillos de naipes. Fuegos artificiales que deslumbran por un instante, pero que se desvanecen al segundo siguiente. ¿Dónde queda el impacto real, el legado duradero?
La trampa de las «varitas mágicas»: ¿Atajos hacia la mediocridad?
En el mundo de la formación, esta obsesión por las soluciones rápidas me recuerda a esos anuncios de «adelgaza sin esfuerzo». Promesas vacías que nos venden humo. ¿De verdad creemos que podemos desarrollar habilidades complejas con un simple truco?
¿Dónde queda el esfuerzo, la dedicación, la constancia? ¿Acaso hemos olvidado que el aprendizaje es un proceso que requiere tiempo y reflexión? ¿O es que nos hemos vuelto tan impacientes que queremos resultados instantáneos, sin importar la calidad?
El valor de los cimientos sólidos: ¿La paciencia como superpoder?
Creo firmemente que el verdadero valor reside en la comprensión profunda, en la capacidad de pensar de forma crítica y creativa. En lugar de buscar atajos, deberíamos centrarnos en construir cimientos sólidos que nos permitan adaptarnos a los desafíos del futuro.
En mi campo, las soft skills y las relaciones humanas, esto es evidente. No existen fórmulas mágicas para conectar con las personas. Se trata de comprender la complejidad de las interacciones humanas, de desarrollar la empatía, la comunicación, la inteligencia emocional.
Pero esto se aplica a todo. ¿O acaso creemos que un ingeniero puede construir un puente sin conocer los principios de la física? ¿O que un médico puede curar enfermedades sin entender la biología humana?
¿Qué legado queremos dejar?
¿Nos conformamos con la viralidad efímera o buscamos la profundidad duradera? ¿Queremos ser recordados por nuestros «likes» o por nuestro impacto real en el mundo?
Os invito a reflexionar sobre estas preguntas. ¿Os habéis sentido alguna vez atrapados en esta paradoja? ¿Cómo podemos encontrar un equilibrio entre la búsqueda de impacto y la valoración del trabajo profundo?